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ES LA CAUSA, NO LA CURA



Aunque el New York Times promociona sus hallazgos, un nuevo estudio proporciona más evidencia de que la terapia de "afirmación de género" crea e, incluso, prolonga el problema que pretende resolver.


La semana pasada, el New York Times informó sobre un estudio "pionero en su clase” que pretendía mostrar que una "gran mayoría" de "niños transgénero" continúa identificándose como transgénero cinco años después de comenzar su "transición social". Según la investigadora principal del estudio, la psicóloga de la Universidad de Princeton, Kristina Olson, solo el 2,5 por ciento de los niños observados durante ese período volvieron al sexo que les "asignaron al nacer". Un 3,5 por ciento adicional se identificó como "no binario", dejando un 94 por ciento que persistió en su identificación de sexo cruzado.


Pero, lejos de respaldar la narrativa de que hay "niños transgénero" que necesitan ser "afirmados" para disfrutar de una "salud mental" básica, el estudio de Olson en realidad brinda apoyo a quienes critican la práctica de desfigurar e incapacitar sexualmente a los niños como medios para ofrecerles un alivio temporal de la angustia relacionada con la pubertad, una práctica conocida eufemísticamente como “atención médica que afirma el género”.


El estudio de Olson en realidad brinda apoyo a quienes critican la práctica de desfigurar e incapacitar sexualmente a los niños como medios para ofrecerles un alivio temporal de la angustia relacionada con la pubertad, la llamada “atención médica afirmativa de género”.

En su favor, el NYT enfatizó una limitación clave del nuevo estudio en lo que respecta a las batallas sobre la transición de género pediátrica: la cohorte en el estudio de Olson estaba compuesta principalmente por niños que comenzaron a mostrar signos de angustia relacionada con el género antes de la pubertad.

Es decir, la misma población de pacientes para la que se pretendía originalmente la transición médica.


Sin embargo, la mayor parte de las derivaciones a clínicas de género en la actualidad son niñas adolescentes sin antecedentes de angustia relacionada con el género y con altas tasas de comorbilidades de salud mental, como autismo, ansiedad y depresión. The Times incluso cita a Laura Edwards-Leeper, una de las principales defensoras de la terapia de afirmación de género que, recientemente, expresó su preocupación por su uso en el entorno pediátrico, quien dice que el nuevo estudio "no nos dice nada" sobre la mayor parte de las adolescentes que aparecen en las, aproximadamente, 300 clínicas de género de todo el país. Debido a que las prohibiciones estatales sobre la transición pediátrica están diseñadas principalmente con esta nueva cohorte de pacientes en mente, es seguro decir que el estudio de Olson es, en el mejor de los casos, irrelevante para el debate sobre estas leyes.


La cohorte en el estudio de Olson estaba compuesta principalmente por NIÑOS que comenzaron a mostrar signos de angustia con el género ANTES de la pubertad.
Sin embargo, la mayor parte de las derivaciones a clínicas de género en la actualidad son NIÑAS ADOLESCENTES sin antecedentes de angustia relacionada con el género y con altas tasas de comorbilidades de salud mental, como autismo, ansiedad y depresión.

Lo que el NYT no les dice a sus lectores es que las altas tasas de comorbilidades de salud mental entre las pacientes de adolescentes crean un potencial para el "ocultamiento de diagnóstico". Esto sucede cuando los médicos interpretan erróneamente uno de varios síntomas concurrentes como la causa de los demás. En términos sencillos, una adolescente puede expresar su angustia de la misma forma que lo hace un adolescente con disforia de género, por ejemplo, insistiendo en que realmente es un chico. Pero si la "identificación" de género cruzado no fuera la causa de su angustia (sino el efecto), utilizar sus declaraciones para justificar la intervención hormonal y las cirugías no resolvería sus problemas sino que, probablemente, los empeoraría.


Ni siquiera está claro que las dos cohortes de pacientes (niños biológicos con síntomas de inicio temprano y niñas adolescentes con síntomas de inicio tardío) pertenezcan a la misma categoría diagnóstica de "disforia de género". Aunque ambos presenten síntomas similares, éstos pueden reflejar diferentes etiologías, tener diferentes vías de desarrollo y pronósticos, y responder a diferentes protocolos de tratamiento.


El mayor problema aquí es que la psiquiatría desde la década de 1980 se ha movido constantemente de la clasificación y el diagnóstico basados ​​en la etiología a los basados ​​en los síntomas. En las ramas de la medicina que se ocupan del cuerpo, pensaríamos que es absurdo y peligroso que los médicos diagnostiquen y traten a los pacientes basándose únicamente en sus síntomas. Imagínense que médicos prescribieran quimioterapia a todos los pacientes que presentaran fatiga, calambres estomacales y vómitos constantes (síntomas de cáncer de colon), sin buscar la verdadera causa de estos síntomas, por ejemplo, ansiedad crónica relacionada con el trabajo.


La dificultad inherente de comprender las causas de los trastornos mentales y los enfoques teóricos divergentes de esta cuestión, que surgieron dentro de la psiquiatría durante el siglo XX, llevaron a los líderes en este campo a negociar un compromiso. “Al proporcionar descripciones claras y explícitas de los criterios de diagnóstico”, escribe el profesor de psicología de Harvard Richard McNally, el enfoque basado en los síntomas “permitió a los médicos e investigadores de diversas tendencias teóricas (psicodinámica, cognitiva, conductual y biológica) estar de acuerdo, al menos en principio, si alguien calificaba para un determinado diagnóstico, incluso si no podían ponerse de acuerdo sobre sus causas”.


En resumen, la psiquiatría basada en los síntomas representa un esfuerzo pragmático para lograr la uniformidad en todo el campo, pero lo hace, según han argumentado los expertos, a un gran costo. “El concepto de trastorno mental”, informa McNally, “implica que algo interno a la psicobiología de la persona no funciona correctamente”. Pero el énfasis actual de la psiquiatría en los síntomas a expensas de las causas aumenta “el riesgo de clasificar a las personas como trastornadas cuyo sufrimiento no surge en absoluto de una enfermedad mental”.


La transición de género pediátrica ilustra las inmensas desventajas de la psiquiatría basada en síntomas. Los médicos ahora administran bloqueadores de la pubertad, hormonas cruzadas y cirugías a adolescentes sin antecedentes de angustia relacionada con el género simplemente porque presentan síntomas similares a los observados en los niños preadolescentes en los estudios holandeses originales de la década de 1990. El hecho de que las niñas comiencen a presentarse alrededor de la pubertad (mientras que la mayoría de los niños desisten alrededor de esa fecha) y que lleguen a las clínicas de género a menudo después de un aislamiento social prolongado y exposición a las redes sociales, son puntos contextuales cruciales. Podrían sugerir que la “disforia de género” en el caso de las niñas es el resultado del contagio social y, por lo tanto, una fase temporal. Los médicos que se enfocan solo en los síntomas tienden a ignorar estos factores.


La población de pacientes que Olson y sus colegas estudiaron estaba compuesta por niños que comenzaron la "transición social” entre los seis y los siete años, que recibieron apoyo en esa transición y que todavía se "identificaban" como el sexo opuesto alrededor del inicio de la pubertad cinco años después. El principal defecto del estudio es que no considera que la "transición social" en sí misma pueda contribuir a la persistencia de la disforia de género, algo que los pioneros holandeses de la transición de género pediátrica, así como el estudio Cass Review, recientemente publicado sobre la clínica Tavistock del Reino Unido, han subrayado.


En otras palabras, el estudio de Olson trata la práctica de dar a las niñas y niños un nuevo nombre, vestirlos de acuerdo con estereotipos del sexo opuesto y alentarlos a participar en actividades convencionalmente asociadas a ese sexo opuesto, como meros soportes de fondo más que como una forma activa de intervención en el desarrollo psicosocial de un niño.

El principal defecto del estudio es que no considera que la "transición social" en sí misma pueda contribuir a la persistencia de la disforia de género, algo que los pioneros holandeses de la transición de género pediátrica, así como el estudio Cass Review, recientemente publicado sobre la clínica Tavistock del Reino Unido, han subrayado

Teniendo en cuenta cuán impresionables son los niños, cuán susceptibles a los mensajes de los adultos en sus vidas y cuán comprometidos ellos y los mismos adultos a menudo se vuelven para mantener la identidad transgénero, ¿es de extrañar que la gran mayoría de los niños en el estudio de Olson continuaran percibiéndose a sí mismos como “trans” cinco años después de declararse del sexo opuesto? De hecho, el hallazgo más sorprendente es que el 2,5 por ciento de estos niños lograron volver a "identificarse" con su sexo biológico. Imagínese el coraje que se necesita para que un niño de 11 años le diga a sus padres, maestros y psicólogo: “Supongo que me equivoqué. Supongo que estaba completamente equivocado.”


Olson y sus coautores podrían haber diseñado su estudio con controles, por ejemplo, comparando un grupo de niños que habían pasado por una transición social temprana con un grupo con perfiles psicológicos similares que no pasaron por una transición social. Si el resultado fuera que en el primer grupo había más probabilidades que se llegara a tratar con bloqueadores de la pubertad e inyecciones de hormonas cruzadas, esto sugeriría que la transición social no es un tratamiento, sino una causa de la disforia de género persistente. Por lo tanto, "afirmar" a estos niños sería encerrarlos en una "identidad" que de otro modo podría haber resultado ser temporal.


El estudio de Olson probablemente se convertirá en la zona cero de una guerra de narrativas. Los “progresistas”, en particular aquellos en las profesiones de la salud mental, se referirán a esto como evidencia de que los médicos saben distinguir a los niños transgénero de aquellos cuya inconformidad de género es simplemente una fase pasajera. Los formuladores de políticas progresistas lo citarán como confirmación de que las políticas de afirmación de género son beneficiosas y necesarias en las escuelas K-12. (4-16 años)


Sin embargo, los críticos con medicalizar las confusiones infantiles y las inseguridades y dudas de la juventud no deberían rehuir el estudio de Olson simplemente porque los llamados progresistas lo apoyen. Por el contrario: deberían promocionar el estudio cada vez que haya oportunidad, explicando cómo proporciona más evidencia de que la terapia de “afirmación de género” crea o prolonga el mismo problema que pretende resolver.


A finales de este mes, el Departamento de Educación de la administración de Biden planea publicar las regulaciones del Título IX propuestas (enmiendas a ley), que probablemente reintroducirán las pautas de la era de Obama sobre cómo las escuelas deben manejar a los estudiantes que rechazan sus cuerpos y desean ser identificados como del sexo opuesto. Estas regulaciones están técnicamente enmarcadas como medidas de "derechos civiles", lo que significa que se trata fundamentalmente de lograr que las escuelas no establezcan distinciones arbitrarias entre los estudiantes. Pero ni la administración de Obama ni los tribunales federales hicieron un verdadero esfuerzo por explicar por qué es arbitrario distinguir a los niños biológicos de las niñas biológicas que se identifican a sí mismas como niños. En cambio, el argumento fue que tales distinciones dañan la autoestima y, por lo tanto, la "salud mental" de las niñas identificadas como niños.


Las regulaciones federales y estatales diseñadas para cambiar la forma en que las escuelas clasifican a los estudiantes utilizan la retórica de los derechos civiles, pero en realidad se trata de presionar al personal de la escuela para que facilite e incluso desempeñe un papel activo en las transiciones sociales de los estudiantes. Los críticos de la transición pediátrica deberían seguir argumentando que la transición social es una forma de intervención directa, no de apoyo neutral. Y pueden usar el estudio de Olson para reforzar su caso.

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