En los últimos años, ha surgido un fenómeno que ha llamado la atención tanto del ámbito clínico como del social: la disforia de género de inicio rápido (Rapid-Onset Gender Dysphoria, ROGD por sus siglas en inglés). Este término fue acuñado por la investigadora estadounidense Lisa Littman, médica y epidemióloga, tras realizar un estudio cualitativo en 2018 que desató un intenso debate académico y mediático.
El estudio de Littman, publicado inicialmente en la revista PLOS ONE, se basó en encuestas a padres de adolescentes y adultos jóvenes que habían manifestado una disforia de género de forma repentina durante la adolescencia, sin haber mostrado signos evidentes de incongruencia de género en la infancia. La investigación reveló que, en muchos casos, estos jóvenes comenzaron a identificarse como transgénero después de pasar mucho tiempo en redes sociales o en entornos donde este tipo de identidad se discutía activamente. Además, una proporción significativa de los adolescentes presentaba antecedentes de trastornos psicológicos como ansiedad, depresión, o trastornos del espectro autista.
Uno de los aspectos más controversiales del trabajo fue la hipótesis de que ciertos factores sociales —como la presión del grupo de pares o la exposición constante a narrativas de transición en redes— podrían estar influyendo en la aparición súbita de la disforia. Littman propuso que en estos casos la disforia podría funcionar como una estrategia de afrontamiento o un síntoma secundario, más que como una manifestación de una identidad trans estable y persistente.
A pesar de que su estudio fue sometido a una revisión editorial adicional tras críticas de algunos sectores, fue finalmente republicado con conclusiones intactas. Su trabajo ha sido influyente en el surgimiento de enfoques más cautelosos hacia la atención médica a menores con disforia de género, incluyendo la implementación de estrategias de evaluación psicológica integral y la opción de “espera vigilante”.
Si bien la disforia de género de inicio rápido no está formalmente reconocida en los manuales diagnósticos (como el DSM-5), cada vez más profesionales, padres y organizaciones médicas están pidiendo más investigación y prudencia clínica ante el incremento abrupto de casos de disforia adolescente, especialmente en chicas adolescentes sin antecedentes previos.
La propuesta de Littman no propone ignorar el sufrimiento de quienes experimentan disforia. Su enfoque invita, más bien, a ampliar el marco de comprensión clínica, teniendo en cuenta los factores psicológicos, sociales y de desarrollo que pueden intervenir en estas identidades emergentes.