Esta es la traducción del artículo original del 17 de junio de 2022:
Por Lucy Bannerman
Un expaciente que acudió a la clínica Tavistock a la edad de 12 años habla con Lucy Bannerman.
Fue uno de los pocos jóvenes que saltó [del tren] y que decidió, después de cuatro años de infelicidad con bloqueadores de la pubertad, no dar ese salto final e irreversible a las hormonas de sexo cruzadas.
La inmensa mayoría de niños remitidos por Tavistock para tratamiento con bloqueadores hormonales, continuaron con su transición una vez cumplieron los requisitos a los dieciocho años, pero no está claro cómo les va, ya que la clínica no registró los datos. Un hecho que los jueces del Tribunal Supremo, en el caso de Keira Bell, señalaron como “sorprendente dada la corta edad del grupo de pacientes, la naturaleza experimental del tratamiento y el profundo impacto que tiene”.
A los dieciocho años, la comprensión de Alex de lo que significa ser “transgénero”, es ahora completamente diferente de lo que era cuando suplicó ayuda a la clínica por primera vez, siendo un niño vulnerable de doce años.
Tenía siete años cuando su madre lo llevó por primera vez al médico de cabecera para pedirle consejo. Sus padres habían pasado por un divorcio difícil, y en un incidente traumático del que todavía le resulta difícil hablar, fue agredido sexualmente por un niño en la escuela de primaria. Rechazaba cualquier cosa “femenina” como negativa, cubría su largo pelo con gorros, envidiaba a sus compañeros masculinos e incluso ahora, en conversaciones aparentemente inconscientes, equipara la feminidad con “debilidad”. (Nada de esto, dice, fue explorado en detalle en la clínica Tavistock).
Cuando Alex tenía diez años, el médico de cabecera finalmente lo remitió a los servicios locales de salud mental para niños y adolescentes (CAMHS), donde exploraron su ansiedad y sus dificultades para hacer amigos. Pero la mención de identificarse como niño provocó una derivación a la clínica Tavistock. Nos dijeron un millón de veces: “ellos son los expertos en esto”.
Alex y su madre viajaron al norte de Londres para una primera consulta unos dieciocho meses después. “No era como CAMHS en absoluto. No ‘discutieron’. Simplemente aceptaron que era trans, como si el acto de ser remitido por el CAMHS fuera la confirmación de la identidad transgénero en sí”.
“Dijeron, ‘Oh, sí, definitivamente eres trans’. Le vemos en un mes”. Al final de la primera cita, antes de que Alex hubiera compartido su historia personal o discutido sus sentimientos en profundidad, explorando por ejemplo, por qué podría no querer ser una niña, afirma que le dieron formularios para cambiar su nombre de forma manuscrita. “Fue como: ‘¿ha hecho esto ya?’”. Tenía doce años. “Fue una locura”.
“Creo que fue a mi cuarta o quinta cita, cuando me dijeron que hay fármacos que me harían sentir mejor. Como un niño que era, pensaba, sí, una cura milagrosa. Lo que realmente quería era una ‘Guía transgénero para la vida’”.
Cómo una mujer biológica no conforme con su sexo, que imaginaba establecerse con una esposa algún día, Alex realmente quería parecerse a sus amigos varones.
Estaba terriblemente ansioso por parecer un niño. Dijeron: “Creemos que tienes la edad adecuada y deberías probar los bloqueadores hormonales”. Venden los fármacos muy pronto, muy fuerte.
“Yo era una niña. Todo lo que quería era algo para hacerme sentir menos horrorizada con mi cuerpo”, dijo Alex reflexionando sobre la experiencia, en la cocina de su casa familiar al oeste de Inglaterra. “Y yo estaba escuchando a un médico, así que le seguí la corriente”, añade su madre meneando la cabeza.
Acudía regularmente a la clínica de endocrinología de los hospitales del clínico del University College de Londres (UCLH). A Alex le gustaban las inyecciones porque soportar las grandes y dolorosas agujas lo hacía sentirse valiente, y por lo tanto, varonil.
Esperaba que detener artificialmente el desarrollo de su cuerpo de mujer le ayudaría a encajar más con los compañeros cuyas vidas envidiaba tanto.
En lugar de esto, lo que hicieron fue mantenerlo en el cuerpo de una niña mientras sus amigos crecían. Mientras los chicos crecían más altos y peludos, el crecimiento de Alex se desaceleró y el peso se disparó, repartiéndose en las caderas y en los senos, acentuando exactamente la forma femenina de la que estaba tratando de escapar. El repentino aumento de peso también creó enojo, estrías y una nueva ansiedad por la comida, que aún persiste. Su hermano pequeño lo superó en altura. “Se sentía más deprimido y aislado”. Los bloqueadores hormonales también hicieron exactamente eso: bloquear las hormonas y mantener a Alex en el estado asexual de una niña mientras sus amigos tenían sus primeros besos y relaciones sexuales.
“La clínica Tavistock estaba destinada a ser la fuerza curativa enviada por Dios para hacer frente a todos estos problemas. Pero “Uh, uh”, dice, “No”.
Afirma que los médicos no le explicaron los posibles efectos secundarios ni obtuvieron un consentimiento informado como menor de edad.
“Al principio, tuve insomnio. Hubo días que no podía dormir nada, luego, días más tarde, me estrellaba. Había momentos de euforia, luego al siguiente día, solo quería llorar. Grandes cambios de humor”.
Alex afirma que la única evaluación psiquiátrica durante este tratamiento consistió en rellenar formularios ocasionalmente, que no se siguieron. “¿Seguimiento? No hubo ninguno. Si realmente les importaba una mierda lo que le estaban haciendo a mi cuerpo, no me habrían dejado continuar. Si hubieran leído esos formularios, habrían sabido que no me sentía mejor. Simplemente seguían dándome dosis altas”.
Alex afirma que le administraron bloqueadores beta durante este tiempo, hasta que un día se desplomó en los baños del colegio, con el corazón saltándole en el pecho, después de haber corrido 1.500m en atletismo. Su madre llamó a la clínica para solicitar una revisión del tratamiento. Alex fue sacado del tratamiento de bloqueadores beta, pero continuó con las inyecciones de hormonas hasta la edad de dieciséis, cansado, con sobrepeso, deprimido y cada vez más solo, decidió alejarse de Tavistock por completo.
En su última consulta, a los dieciséis, le dije [al terapeuta]: “no lo voy a hacer nunca más. Esto no es útil. Esto no es lo que ponía en la etiqueta, estoy harto de que me vendan “pócima maravillosa”. Es ridículo”.
En ese momento, Alex y su madre afirman que el médico invitó a Alex a hacerse a un lado para dar espacio a otro joven de la lista de espera: otros, que supuestamente, estaban dispuestos a continuar con el tratamiento de hormonas cruzadas de sexo. “Fue entonces cuando dijo: ‘Bien, tenemos cientos de otras personas trans que quieren hablar con nosotros…’”.
“Cuando abandonas los fármacos, te abandonan”.
Las discusiones sobre la reasignación de género habían resultado ser la gota que colmó el vaso. Aunque se identifica como transgénero, Alex estaba muy convencido de que no quería operarse.
“Simplemente se asumió [yo no quería eso]. Esperan a que digas: 'Oh, eso es genial, lo anotaré en mi calendario'”. Alex sintió la presión de seguir el camino médico para demostrar su compromiso con su identidad trans.
“Había una sensación de que se suponía que debías hacer esto si eres trans”
Cuando se resistió al camino, Alex afirmó: “Fruncieron el ceño. Me sentí como si estuvieran diciendo, bueno, entonces no eres realmente trans. Solo eres trans si estás dispuesto a ir hasta el final”.
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